
Me gustan los collage, decir algo superponiendo imágenes y he llegado a la conclusión que un viaje es eso: un collage de imágenes, vivencias, amigos y mucho más. Al igual que los recuerdos los recuerdos, encuentro que esta técnica es lo más parecido a la memoria. A veces desordenada, otras donde un recuerdo resulta más importante que otro y algunos momentos jamás los volveremos a recordar aunque sigan ahí.
Este collage, un tanto narcisista me supieron decir en facebook, jaja, es particularmente importante para mí, porque aunque no parezca ahí está todo mi último y revelador viaje. El que le dio vida a Rumbeando por ahí y a mí me convierte en aprendiz de viajero.
De inicio a fin, cincuenta y dos días en una sola imagen. Allí me retraté en el patio de mi casa, con Cachabacha en mi espalda y los primeros rayos de sol de aquel 28 de diciembre en mi cara poco antes de salir. Particular importancia y cariño le tengo a esas dos imágenes de los carteles de Argentina y Bolivia, que encontré en la frontera La Quiaca-Villazón porque no había pensado ir al país vecino y sin embargo pasé casi treinta días en ella. En ese maravilloso país me llené de barro en el Ojo del Inca, una maravillosa laguna de agua termal enclavada en la montaña a pocos kilómetros de Potosí; me permití que me disfrazaran de minero, para adentrarme en el Cerro Rico.
En Tiwanaku posé junto a la mítica Puerta del Sol y sentí que había cumplido un sueño que creía imposible.
Si me hubieran dicho que iba a andar caminando por montañas a más de cinco mil metros de altura y entre la nieve. Hubiera respondido algo así como “¡sólo en mis sueños!” Sin embargo sucedió, y nunca estuve tan despierto como se día. Dormirme
implicaba un riesgo de vida aunque parezca exagerado. Primero por la tormenta que me recibió cuando llegué desde La Paz al Parque Nacional Cotapata y luego en la caminata por el camino pre incaico de “El Choro” entre la montaña primero y la selva serrana después hasta descender a los mil doscientos metros. Pero más que por algunos porrazos nadie se salió del camino, ni quedó colgando de alguna rama en un precipicio. Sin embargo y más allá de lo tedioso de la experiencia me he prometido volver. ¡Guay que vale la pena hacerlo!
implicaba un riesgo de vida aunque parezca exagerado. Primero por la tormenta que me recibió cuando llegué desde La Paz al Parque Nacional Cotapata y luego en la caminata por el camino pre incaico de “El Choro” entre la montaña primero y la selva serrana después hasta descender a los mil doscientos metros. Pero más que por algunos porrazos nadie se salió del camino, ni quedó colgando de alguna rama en un precipicio. Sin embargo y más allá de lo tedioso de la experiencia me he prometido volver. ¡Guay que vale la pena hacerlo!
Aunque el Titicaca casi no se ve en estas fotografías, el está ahí. Desde la costa de Copacabana un mediodía pasé horas enteras observándolo, disfrutándolo y disfrutándome a mí también, dándome gracias por haber salido y haber llegado a dónde me encontraba.
Mi pie, “el paso firme” supe llamarle a esa fotografía, que me saqué cruzando por primera vez el puente sobre el río Huasamayo, en Tilcara y minutos después estaría llegando a su famoso pucará.
Como no podía ser de otro modo, soy aficionado a los cactus, en Humahuaca pedí que me fotografiaran al lado de uno inmenso.
Supongo que el cartelito del kilómetro 1.752 en la ruta 9 (estaba volviendo), lo incluí como un testimonio de cuanto había recorrido y aunque aun no hice los cálculos son muchísimos más…
Si hablamos de kilómetros, no tenía ni idea de cuantos haría cuando fotografié mi mochila en Salto Grande (RN34) a unos 55Kms de Rosario, en la provincia de Santa Fe, el viaje recién comenzaba y unos pocos kilómetros más allá, me
esperaba Sunchales donde pasé cuatro horas de insoportable aburrimiento hasta que por fin apareció ese camionero que necesita un mochilero que le hable de cualquier cosa para no dormirse y ambos nos hicimos un favor viajando cientos de kilómetros hasta Colonia Dora en donde hicimos noche y ya no nos volvimos a ver.
esperaba Sunchales donde pasé cuatro horas de insoportable aburrimiento hasta que por fin apareció ese camionero que necesita un mochilero que le hable de cualquier cosa para no dormirse y ambos nos hicimos un favor viajando cientos de kilómetros hasta Colonia Dora en donde hicimos noche y ya no nos volvimos a ver.
Pensé que Purmamarca y las Salinas Grandes quedarían para otro viaje ya que en Rapelli, provincia de Santiago del Estero una pareja frenó para llevarme hasta Tilcara en Jujuy. En realidad primero me ofrecieron ir a Iruya, en Salta. Entonces me quedé dormido sabiendo que en el próximo destino me quedaría algunos días. No podía rehusar tamaña invitación del destino. Todavía no me olvido que cuando dijeron Iruya y se hizo eco en mí aquellas palabras de un amigo que me dijo: “¡si vas al norte tenés que ir a Iruya!” Aunque me di cuenta que todo sucede por algo, aun no imaginaba que Iruya quedaría en mi corazón.
Resumiendo, me quedo dormido y mis conductores me despiertan anunciándome que ahora van a Tilcara y yo ya no quería bajarme más que para asentarme unos días y ahí fue que en Tilcara tuve tal vez el mejor año nuevo de mi vida y la certeza de que
estaba en buen rumbo.
estaba en buen rumbo.
En Iturbe, primera parada en el camino a Iruya no pude resistir la tentación de fotografiarme junto al viejo cartel ferroviario.
En Iruya, fue que resolví ir a Bolivia y testimonio de mi paso por ahí, además de las fotos en Potosí están aquellas en la que poso junto a la Laguna Alalay en Cochabamba y en la misma ciudad en el Hostal Florida, una hermosa casona con un patio central. Era la tercera vez que dormía en un hostel, toda una nueva experiencia para mí.
Y había que volver al país, a Argentina, otra vez a la ruta, ahora por la 9 y como aquella vez en Sunchales pero peor, me esperaban horas interminables de espera y aburrimiento apoyándome sobre el cartel en la salida de La Quiaca hasta que por fin, apareció ese auto que me sacó hasta Humahuaca y otra vez hacer dedo (autostop).
Con la noche asomando otro conductor me arrimaba otra vez a Tilcara, luego descubriría que allí “siempre se vuelve con el waira”, volvería a reencontrar amigos y a hacer otros. Fui por una noche y terminé quedándome más de la cuenta atrapado por el carnaval como lo evidencia mi rostro lleno de talco y espumita cuando festejamos a las comadres.
Hola Juan!
Bueno, ya vuelto a Buenos Aires cumplí con mi palabra y ya te agregué como blog amigo. Desde hoy empiezo a leerte. Te mando un abrazo!
Seba
Hola Seba, bienvenido!!!
Gracias por incluirme en tu espacio!
Te mando un abrazo enorme!!!